Porsche - Flip
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Refugio, albergue, área de descanso: el Cayenne es polifacético.

Lui Chen vive rápido y sobrevolando obstáculos. Subido en su monopatín y filmando al mismo tiempo. Define la libertad como un lujo y tal vez también como distancia respecto al suelo. Cosas que también nos ofrece el Porsche Cayenne, la lanzadera perfecta para Pekín.

Se mordisquea las uñas, se revuelve en la silla y se pasa las manos por el pelo con un gesto rápido. Normalmente, Lui Chen maneja la cámara mientras va en monopatín. Hoy, sin embargo, deja sus labores de productor para guiarnos por su ciudad: Pekín. Eso le pone nervioso. También a nosotros, porque en la capital de la República Popular China el tiempo y el espacio no se definen como en otros lugares.

Este joven mitad chino mitad japonés criado en Tokio nos ha dicho que su lugar favorito para moverse en monopatín está «a la vuelta de la esquina». Sin embargo, tras 45 minutos conduciendo nuestro Cayenne, empezamos a preguntarnos si prestamos suficiente atención cuando en clase de física nos explicaron la teoría de la relatividad. 10 minutos más tarde, llegamos de verdad a nuestro destino. No hemos dado rodeos. Todo ha sido normal. No nos hemos perdido.

Teniéndole a nuestro lado habría sido casi impensable, pues conoce su ciudad, una urbe de 20 millones de habitantes. «Esto de estar siempre en movimiento debe de ser una enfermedad de los skaters. Siempre estamos buscando. Buscamos espacios nuevos, peldaños nuevos, bancos y bolardos que aún no conozcamos», cuenta Lui. «Pero nunca ni mucho menos con la comodidad de hoy», dice con una sonrisa satisfecha.

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La conexión más rápida entre dos puntos en Pekín. Lui en movimiento.

Es la primera vez en la vida que va a bordo de un Porsche, y eso hay que documentarlo. Este joven de 34 años envía a sus amigos un selfie tras otro, para demostrarlo con pruebas. «¿Un Porsche?, ¿estás de broma?», escriben sus compañeros antes de agarrar sus monopatines, subirse al metro y unirse a nuestro grupo. Casi en un minuto, el Cayenne blanco se llena de gente. Al final no quedan asientos libres y llamamos a un taxi.

Moverse solo en monopatín no tiene gracia. Ahora su mundo vuelve a ser normal. «Ir por delante no es lo mío. Siempre estoy en segundo plano», explica cuando llegamos. Lui filma películas. A veces son cortometrajes y otras veces documentales, pero siempre sobre la escena skater de Pekín.

Su medio son las imágenes en movimiento dentro de una ciudad en la que todo parece estar parado: «Me gusta la aceleración sobre el monopatín. Solo tienes un pie para empujar, y sin embargo avanzas muy rápido». Habla maravillas de la libertad que siente por no quedarse nunca parado en un atasco. A ello se suma la libertad de superar cualquier obstáculo. «Es como si los skaters pusiéramos piedras en nuestro camino para volar sobre ellas y sentirnos libres», fabula Lui, y de repente ríe «porque eso suena muy filosófico».

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Siempre cerca: el salón privado para recogerse. Solo unos pocos saltos más.

Circulando por las calles de la capital, desearíamos que el Cayenne tuviese alas. Los coches casi se rozan unos con otros «En Pekín todo está lleno, todo es ruidoso, hay muchísima gente, muchísimos coches», dice Lui. ¿Su sueño? Calma. Amplitud. Luz. Aire. No es extraño que no tenga carnet de conducir. El alto precio y las pocas posibilidades de registrar un coche propio se lo impiden. «Por lo general, es casi imposible obtener una matrícula pekinesa. Mucha gente la espera en vano desde hace más de un año».

Pero hay algo que desea con más pasión que el permiso de conducir: un perro, un perro grande. Algo aquí imposible, pues los perros no deben crecer más allá de 35 centímetros. La mayoría de personas de su generación ansía una cosa muy distinta: «Ganar dinero, mucho dinero», nos dice Jun, un amigo de Lui y portentoso skater. Lui explica la contundente frase de este delicado joven de 26 años: «Muchos jóvenes tienen que ayudar económicamente a sus padres. Algunos de nuestros amigos trabajan tanto que han tenido que dejar el monopatín».

Lui ya tiene listo el guion para su futuro. Sueña con tener su propia productora y «mostrar cosas sobre el país que nadie haya visto antes». ¿Sobre qué exactamente? Lui sonríe… y calla. Porque aún es secreto. Así es China. Pekín. Lui.

Luego mira a su alrededor, vuelve los ojos hacia nosotros y dice: «De momento en este país todo está bien, pero no tenemos ni idea de lo que nos traerá el futuro. Por eso ahora queremos vivir y tener amigos, sentirnos libres cada minuto». Y cada vez que Lui habla de libertad, sus amigos asienten con la cabeza. Todos saben lo que quiere decir. También Leslie.

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«Ponemos piedras en nuestro camino para volar sobre ellas y sentirnos libres».

Lui Chen Skater y productor de vídeos

Esta muchacha de cabello oscuro, ojos almendrados y mirada penetrante todavía lleva su uniforme de trabajo cuando dice: «Sueño con viajar. Con poder hacer lo que quiera». Ella no tiene un segundo país de origen como Lui. Nunca ha salido de la ciudad y no sabe lo que significa estar en otra parte. Acostumbrarse a lo foráneo. Aceptar lo nuevo. Pero ansía conocer otros países. Siente el deseo de descubrir el mundo. Canadá estaría bien. Ese es su anhelo.

Lui ha viajado mucho, ha conocido otras culturas y cree que «también podría vivir bien en Europa». Cuando filma, el deseo de visitar otros países se desvanece. Entonces está en su universo. Sube paredes, rueda sobre bancos. Disfruta del aplauso cuando logra dominar con sus compañeros un movimiento difícil.

Conducimos hacia el pueblo olímpico de 2008 filosofando sobre el caos organizado cuando el tráfico nos obliga a parar. Nos preguntamos si éste es el mundo para el que fue creado el Cayenne. Para qué fin el Cayenne es el medio de transporte perfecto. Evidentemente, para compartir con amigos, para transportar monopatines, y como salón privado en medio de un atasco. Para Lui, sin embargo, es el SUV ideal «para ir de acampada, salir al campo y poder volver a ver las estrellas». En realidad, en este momento el cielo estrellado está a tres horas en coche. Piel de gallina.

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La puerta del maletero abre aquí horizontes totalmente nuevos.

Ahora no estaría mal dar un paseo. Nos bajamos. El coche sigue avanzando, metro a metro. En un mercado de comida al borde de la calzada, Lui compra escorpiones asados, pequeñas serpientes cocidas y escarabajos crujientes. Las cosas que se llegan a comer en su mundo. En un mundo que nos ha hechizado con su sonido y su karma. Que está marcado por el amor por su país y las ganas de viajar, por la amistad y la nostalgia.

El Cayenne está solo unos cientos de metros delante nuestro. No nos costaría alcanzarlo. Pero ahora aparca. Observamos la calma que transmite Lui. El nerviosismo de la mañana se ha disipado después de un día de flips y ollies, slides y grinds, después de un día de libertad, aunque sea sin estrellas.

Autora Christina Rahmes
Fotógrafo Götz Göppert