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Mente digital: Baekelmans habla sobre el internet de las cosas.

Si no hubiera tenido problemas de vista, habría sido piloto. Pero en su función de Chief Technology Officer, John Baekelmans vuela más alto que otros. Y tiene una amplia visión de futuro.
Le gusta hablar del internet de las cosas y de las redes de mañana. Preferiblemente al volante. El Porsche 911 Cabriolet le viene como anillo al dedo.

Tras las gafas sin montura brillan unos ojos despiertos. La amplia sonrisa marca profundos surcos en su rostro. Hoy John Baekelmans, de 47 años, no puede ocultar su ilusión. Es temprano y entre unos restos de nubes relucen los primeros rayos de sol. En la segunda ciudad de Bélgica, Amberes, las calles todavía están solitarias y Baekelmans lo disfruta. Está solo consigo mismo, con la ciudad y con el 911 Cabriolet. Él, el gran fan del nueveonce. Le fascina, empezando por el color rojo carmín: «¡Magnífico!». De, pequeño, como tantos otros, quiso ser bombero, y reliquia de ello son los momentos vividos como voluntario y su afición. También tuvo que despedirse de otra profesión soñada durante su juventud: «Mis problemas de vista no me permitieron cursar la formación de piloto, así que me dije que iba a construir aviones». Si bien Baekelmans acabó la carrera de Ingeniería, en lugar de construir jets se puso a trabajar con flujos de datos. Este belga comenzó a trabajar para Cisco, una de las mayores compañías de redes del mundo, como Chief Technology Officer (CTO). En la actualidad dirige a cientos de ingenieros y programadores. Es responsable del internet de las cosas, también conocido habitualmente como industria 4.0. ¿Por qué él? «Poseo el talento de explicar fácilmente cosas difíciles».

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Juego en casa: en su ciudad de origen pocas veces el camino es de adoquines.

El internet de las cosas es una red gigantesca en la que todo está conectado con todo. Un proceso que no tendrá lugar en algún momento en el futuro, sino en el que ya estamos participando todos. «Se ha tardado 30 años en interconectar 17.000 millones de smartphones, laptops y otros aparatos», dice Baekelmans. «Dentro de cuatro años serán unos 50.000 millones». En la actualidad existen cerca de 2,5 millones de aplicaciones y cada semana aparecen otras 15.000. Pero por mucho que le fascinen las posibilidades casi infinitas de la realidad virtual, a Baekelmans le interesan en primera línea las personas. «Quiero mejorar la sociedad», afirma, y no suena precisamente romántico. «¿Dónde mejor empezar que en nuestras ciudades?».

Para Baekelmans las ciudades de hoy son ecosistemas extremadamente complejos que compiten entre sí. «Las personas van allí donde, aparte de un entorno natural, encuentran movilidad y seguridad. Las ciudades inteligentes lo comprendieron hace tiempo y han reaccionado». Como Londres, el domicilio actual de Baekelmans. Se mudó allí cuando su empresa recibió el encargo de organizar la tecnología y la conectividad para los Juegos Olímpicos de 2012. «Fue un gran desafío teniendo en cuenta los cuatro mil millones de espectadores, el peligro del terrorismo y que no iba a haber una segunda oportunidad». Mientras que para él Londres es un buen ejemplo de ciudad interconectada, reconoce que Bélgica, su país de origen, ha dejado pasar muchas oportunidades. John Baekelmans creció en Amberes, en la región de Flandes. En su recorrido por la metrópolis flamenca con el 911 critica la movilidad de la ciudad, que cuenta con poco más de medio millón de habitantes. De repente cambia de tema: «Quizás deberíamos ir primero a comer patatas fritas». ¿Por qué no? Conoce un lugar donde hacen las mejores de toda la ciudad y del universo. La sonrisa vuelve a su rostro.

Además de por las patatas fritas, Amberes es mundialmente conocida por el trabajo con diamantes y el negocio con piedras preciosas. Asimismo, tiene uno de los puertos más grandes de Europa, un bonito centro medieval y un gran problema de movilidad. No hay ni un puente que atraviese el río Schelde. Solo existen dos túneles para el tráfico rodado y uno para los peatones. Los coches que buscan aparcamiento constituyen el 30% del tráfico total de la ciudad. «Si todos los estacionamientos libres estuvieran equipados con un sensor», asegura Baekelmans, «una aplicación podría guiar fácilmente al conductor a la próxima plaza libre. Así se evitaría perder tiempo y energía, aparte de ponerse de mal humor». Habla por experiencia. En Hamburgo, él y su equipo han conseguido interconectar óptimamente las compañías navieras con el puerto y los camiones. Los sistemas de navegación por satélite pueden prever posibles atascos. Un programa indica cuál es la mejor ruta alternativa y establece el momento ideal para la carga. «Más asfalto es una solución muy anticuada». El experto en informática habla de ello con plena convicción mientras contempla la ciudad desde el hotspot más moderno, a pocos pasos del puerto de Amberes: «La isla Het Eilandje ofrece museos maravillosos y restaurantes de moda. Solo que no está integrada en la red».

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Amberes: vista sobre la ciudad desde el icónico Museum aan de Stroom.

Con la conexión a la red las posibilidades de los urbanistas parecen infinitas. En ningún lugar se han instaurado tan consecuentemente como en la ciudad surcoreana de Songdo, la primera smart city del mundo. En esta ciudad futurista a 40 kilómetros al suroeste de la capital Seúl se encuentran 400 edificios interconectados en los que residen 75.000 familias y más de medio millón de trabajadores. Cada uno de los ámbitos de la vida cotidiana –trabajo, deporte, ocio, escuela, compras– se encuentra como mucho a 12 minutos a pie del domicilio de sus habitantes. Por lo menos la mitad del camino transcurre por zonas verdes. En las calles hay cámaras que garantizan la seguridad y controlan los límites de velocidad. La calefacción de las casas se activa automáticamente cuando hace frío para que el propietario encuentre las habitaciones caldeadas al volver a casa. Y si alguien quiere mejorar sus conocimientos de inglés a través de la red puede contratar clases a distancia con profesores americanos cualificados. «En este proyecto de nueva ubicación se pudo comenzar desde cero», elogia Baekelmans. «Pero en ciudades como Amberes, que han estado creciendo orgánicamente desde la Edad Media, la planificación urbanística es mucho más difícil». Aunque por mucho que le fascine este proyecto urbano de interconexión total, a Baekelmans no le gustaría realmente vivir en Songdo: «Esta organización tan eficiente no es para mí lo suficientemente viva». De todos modos admira el coraje, la decisión y el espíritu pionero de los surcoreanos.

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Buscando la red: hay mucho potencial. No solo en Amberes.

«Los europeos tenemos demasiado miedo a equivocarnos, y por ello a menudo no sucede absolutamente nada. Pero si no nos movemos y no innovamos continuamente nos vamos a quedar atrás, y antes de lo que nos imaginamos», afirma. En sus reuniones con gobiernos y alcaldes de toda Europa aboga incansablemente por la capacidad de cambio, si hace falta rogando y suplicando. En cambio, que alguien se esté colando ahora en el quiosco de frites no le altera lo más mínimo: «Sería gastar energía. Hay que decidir por qué luchar». En su vida privada, hace algún tiempo comenzó la lucha contra unos kilos de más. «Desde que cada semana corro 80 kilómetros he adelgazado 15 kilos y he ganado una vitalidad increíble. Aunque por mucho que me entusiasme correr, también me encantan los coches como este», afirma satisfecho sentándose de nuevo al volante del nueveonce al volver del quiosco. El trayecto nos aleja de Amberes por la E19, en dirección sur hacia Kontich. Este municipio de 20.000 habitantes no tiene nada emocionante que ofrecer, explica Baekelmans durante el breve trayecto, pero en su vida juega un papel importante. Desde hace 21 años el «techie» presta allí sus servicios como bombero voluntario. «Les voy a contar a los chicos que este es el nuevo vehículo de servicio», bromea. ¿Qué es lo que conecta tan estrechamente a un ingeniero informático de mundo con una actividad tan básica?

El puesto de bomberos es un mundo masculino auténtico, explica Baekelmans. Los chistes, los abrazos y las palmaditas en la espalda están a la orden del día. La admiración también. Por el visitante cosmopolita. Por el Porsche. Pero no por la profesión y la carrera. «Nuestra relación existe a otro nivel», aclara Baekelmans. «Hemos salvado vidas juntos. Hemos visto morir a personas. Confiamos plenamente los unos en los otros». Esta experiencia pura y nítida le sirve en la vida de los negocios. «Si alguna vez has tenido que decidir en pocos segundos sobre la vida o la muerte, decidirte a favor o en contra de una transacción millonaria te parece simple en comparación».

En algún momento incluso ofrecieron a John Baekelmans dirigir el cuerpo profesional de bomberos de Amberes, pero lo rechazó. «Mi mujer sabía que esto no me llenaría», comenta de regreso a Amberes. «Necesito pensar en términos poco convencionales, mantenerme innovador. Me gusta moverme con personas creativas y soy feliz cuando se me plantean problemas aparentemente sin solución». Se queda un momento pensativo, y entonces afirma: «Hay una cosa que con seguridad sé hacer, y es motivar a las personas a cambiar su vida». En su cara se dibuja una sonrisa aún más amplia.

Texto Bart Lenaerts
Fotografía Sven Cichowicz