Fernando Guerra - 64 29 UO

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Salida: Fernando Guerra en su Porsche 911 por las callejuelas de Lisboa.

Fernando Guerra es uno de los fotógrafos de arquitectura más prestigiosos del mundo. Posee la habilidad de imprimir ligereza a los edificios e introducir movimiento en la arquitectura. Su segunda gran pasión se encuentra aparcada en un garaje de Lisboa: cuatro Porsche clásicos que datan de los años 1973 a 1995.

Resulta difícil imaginar un espacio que contraste más con los mundos de Fernando Guerra, un fotógrafo cuya obra se caracteriza por retratar edificios futuristas con vertiginosos puntos de fuga. En cambio, su garaje es austero. Y a pesar de ello, este local situado en plena Lisboa y con las paredes pintadas de blanco es uno de los lugares más importantes en la vida del fotógrafo portugués. El discreto portón eléctrico por el que se accede a él se encuentra en una calle secundaria de la capital portuguesa. Fuera continúa su curso el trajín urbano; dentro, amortiguado entre gruesos muros, reina el silencio. Lo extraordinario de este cotidiano lugar es que en una superficie de aproximadamente ocho por ocho metros se encuentran cuatro deportivos de la marca Porsche. Cubiertos por lonas rojas a resguardo del polvo, los vehículos están aparcados uno tan cerca del otro que casi se rozan. Su propietario se refiere al cuarteto como «mi pequeña familia». El garaje supone para él un oasis de paz y tranquilidad donde encuentra la calma necesaria para desconectar del trabajo y liberar la mente.

Fernando Guerra nació en Portugal hace 46 años. Arquitecto de formación, es uno de los pocos fotógrafos artísticos que poseen la peculiar facultad de eliminar lo estático de la arquitectura a través del movimiento. «Busco que las construcciones que retrato cobren vida, que respiren», explica. Es uno de los primeros fotógrafos que, en los albores del nuevo milenio, se atrevió a incluir en sus imágenes arquitectónicas a seres humanos. Y lo hace de una forma característica. Con sus fotografías pretende trascender la rigidez de los muros, encontrar el ritmo de las construcciones. «Antes, la fotografía arquitectónica me resultaba muy aburrida. Hasta que, un buen día, dejó de interesarme crear edificios como arquitecto y decidí que prefería contar sus historias con mi cámara». Escarbar en esas historias sigue siendo lo que le mueve hoy, independientemente del objeto que tenga ante su cámara. Su finalidad declarada consiste en representar las cosas del modo más palpitante y realista posible. Su forma de abordarlo: buscar el movimiento en lo estático, encontrarlo y ponerlo de relieve. Los numerosos premios con los que ha sido galardonado dan fe de la gran calidad del resultado. Guerra tira de una de las cuatro lonas rojas y deja al descubierto la chapa negra de un 911 Carrera 4 (964). «Me gusta que mis coches sean, con diferencia, lo más bello de una estancia por pequeña que sea. Y me encanta jugar al Tetris», añade sonriente mientras comienza a maniobrar con los coches en las reducidas dimensiones del garaje.

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Revolucionario: Guerra encontraba la fotografía arquitectónica aburrida. Por eso buscó nuevos caminos y encontró un estilo moderno y personal.

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Movimiento en lo estático: cuando Guerra fotografía edificios busca insuflarles vida con sus fotos.

Antes de, al borde de la treintena, volcarse de lleno en la fotografía y conseguir transformar su principal pasión en su forma de ganarse la vida, Guerra había trabajado cinco años en Macao como arquitecto. Contaba solo 16 años cuando tomó la cámara por primera vez, la misma época en la que también comenzó a germinar la semilla de su segundo gran amor: los automóviles. «¿Acaso recuerdo a la primera chica de la que me enamoré? No. Pero sí recuerdo, como si lo tuviera ahora mismo delante, el primer Porsche que percibí conscientemente, un 959 de 1986», confiesa. Más tarde, a los 22 años, convenció a su padre de que se comprara de segunda mano un Porsche 911 S Targa de 1973, que luego «no tardé mucho en agenciarme». Ese vehículo es uno de los cuatro que guarda hoy en su garaje de Lisboa. Ahora mismo está aparcado entre un 911 Targa de 1995 y un 928 de 1979. «No soy un coleccionista», subraya Guerra, «uso mis Porsche tanto como puedo. Lo único que quiero coleccionar con ellos son recuerdos». El fotógrafo habla sin levantar la voz, sus movimientos son tranquilos y gráciles. «Demasiadas historias como para deshacerme de él», asegura señalando su 911. «¿Y mi 964 de 1990? No hace mucho que lo tengo: demasiado poco como para venderlo».

Ahora es el turno de este deportivo. Guerra retira la lona que protege del polvo su 964, se introduce en él y hace girar la llave. Al arrancar, el ruido del motor rompe el silencio imperante y el rugido del bóxer retumba en las paredes del garaje. «¡Está vivo!», exclama Guerra desde el interior. El portón nos despeja el camino y el Porsche se abre paso hacia la luz del día, hacia el aire fresco. Guerra lo dirige carretera arriba por las sinuosas curvas que conducen al Parque Florestal de Monsanto, que queda por encima de la ciudad. «A mis hijas adolescentes ya no les interesa mucho su padre. Con mi Porsche es distinto», comenta con un guiño. Con su mujer, que trabaja de arquitecto, también.

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El cemento palpita: cuando Guerra fotografía edificios busca insuflarles vida con sus fotos.

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Al descubierto: en un pequeño garaje de Lisboa se encuentran sus cuatro Porsche clásicos, que él denomina su «pequeña familia».

El encargado de organizar sus viajes es Sérgio, su hermano pequeño. Esto a él le permite centrarse de lleno en la fotografía. «Aterrizar y al lío», describe él mismo su estilo. No cree mucho en eso de la búsqueda de inspiración. «Es algo que en mi caso surge durante el propio proceso de creación, cuando veo a las personas entrar y salir de los edificios, cuando siento que la construcción está viva», afirma. Guerra puede llegar a juntar mil imágenes en un solo día. Para él es importante retratar los edificios de forma que quede patente la intención del arquitecto. Una labor en la que le ayuda mucho el hecho de proceder del sector: «Yo sé cuáles son los elementos por los que se define la arquitectura y qué tengo que captar con la cámara para que la imagen muestre una creación arquitectónica que funcione».

Arriba, en el parque, mientras nos deslizamos por carreteras repletas de curvas, Guerra guarda silencio y deja que durante un rato sea el motor del Porsche el que hable. Después, nos comenta su nuevo proyecto: diseñar maletines de cuero y carteras para caballero. Sus creaciones destacan por un discreto estilo clásico y el uso de colores sobrios. La idea surgió sin mayor pretensión que la de tener un pequeño pasatiempo interesante al que dedicarse durante los días que pasa en Lisboa. Así que, cuando llegaron los primeros grandes encargos, se abrumó un poco. «Mi hermano siempre me dice: ‹Fernando, tienes que pensar también en las ventas...› Y de repente pienso: ‹Ay, sí. Es verdad, las ventas…›».

Más allá de la fotografía, ¿qué otros proyectos tiene en mente para el futuro? «Proporcionar a mis deportivos el sitio que se merecen», contesta. Sueña con un lugar de trabajo rodeado de sus cuatro Porsche. A unos 60 kilómetros de Lisboa tiene una pequeña casita “donde aún queda espacio suficiente para poder darles un nuevo hogar algún día. Cuando lo tenga listo, tienen que volver a hacerme una visita”, nos dice. Guerra maniobra el 964 para introducirlo de nuevo en el garaje. Después, todo vuelve a quedar en silencio. El ruido de la ciudad se estrella en los gruesos muros.

Texto Frieder Pfeiffer
Fotografía Mike Meyer & Fernando Guerra