Porsche - Arte en Los Ángeles

Arte en Los Ángeles

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Pinturas vivientes… o cuando el arte emula la vida y tres dimensiones se convierten en dos. Alexa Meade pinta personas. Con esta sencilla explicación podríamos describir su obra, pero no estaríamos haciendo en absoluto justicia a la originalidad de la joven estadounidense. Pues, en realidad, lo que hace Alexa es reducir sus objetos artísticos –personas de carne y hueso– a imágenes bidimensionales sobre una base de colores. El conjunto compositivo es lo que conforma el cuadro final. Con él, la artista consigue sacar al espectador de su zona de confort perceptiva y, por descontado, pone en cuestión la imagen que el propio modelo tiene de sí mismo.

Para llegar hasta la casa de la artista primero hay que atravesar la jungla de asfalto de Los Ángeles, pasar por delante de cafeterías, paredes llenas de grafitis –algunos fascinantes, muchas firmas ilegibles– y cruzar por mitad del meollo. Echo Park es un distrito chic, antiguo y algo bohemio frecuentado por artistas, fotógrafos y músicos. Un barrio intacto, descubierto solo en parte por la clientela «yuppie». La vegetación se vuelve más frondosa apenas nos desviamos de la Alvarado Street. Casas unifamiliares que parecen adheridas al suelo pueblan las escarpadas calles. Muchos coches se asfixian en las cuestas y se quedan tirados. Alexa Meade –cabello rubio oscuro, rostro salpicado de pecas y pies descalzos– accede a su casa a través de una escalera barnizada con los colores del arcoíris.

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Nos adentramos en el universo de Alexa Meade: su hogar en Echo Park, en Los Ángeles, hace las veces de taller. Y la redactora, de lienzo.

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En el salón de la vivienda, que también hace las veces de dormitorio y taller, la artista crea originales obras de arte que podríamos denominar cuadros, pero que al mismo tiempo son obras vivientes. Alexa pinta personas con acrílicos hasta que terminan pareciendo pinturas de dos dimensiones. Les pinta la piel sobre su propia piel, los labios sobre sus propios labios, los párpados sobre sus propios párpados… hasta que el observador deja de percibir a una persona en tres dimensiones y la ve prácticamente plana. Reducir sus modelos a dos dimensiones le puede llevar hasta seis horas. Bidimensionalidad como expresión artística en tiempos de la revolución 3D. Y, aún así, las personas –sus objetos artísticos– parecen más vivas, más reales. Después, Alexa las coloca sobre un fondo previamente pintado de colores y documenta las efímeras obras de arte fotografiándolas con su Canon manchada de colores y un smartphone casi aséptico, totalmente impoluto. Únicamente los ojos y el cabello, exentos de pintura, alertan al espectador de que lo que tiene ante sí no es un cuadro al uso.

La percepción se ve alterada y el concepto de arte, espacio y realidad, trastocado. El efecto resulta casi más desconcertante cuando Alexa integra a sus modelos en el espacio tridimensional, en la realidad. El espectador tarda un tiempo en darse realmente cuenta de lo que está viendo. «Concibo el proceso –pintar a la persona sobre la propia persona– como si se tratara de dar un nuevo envoltorio al mismo contenido, con lo que sobre la superficie parece emanar algo totalmente nuevo», comenta Alexa mientras me embadurna de pintura hasta las orejas con pinceladas rápidas y precisas. «Por dentro sigue estando la misma persona; la reinterpretación que yo hago es solo una fina capa que cubre la superficie».

Cambio de dirección

Alexa Meade nació en la ciudad de Washington en 1986. Ya de adolescente tenía claro que de mayor quería dedicarse a la política. Un sueño que comparten muchos de los jóvenes que crecen en la capital estadounidense. «Mi plan era optar a un escaño en la Cámara de Representantes a los 25 años», confiesa. Estudió Ciencias Políticas en la exclusiva Universidad de Vassar, formó parte del equipo de prensa de la campaña de Obama en Colorado… y terminó decantándose por el arte.

Pintora autodidacta, instaló su taller en el sótano de la casa paterna. Primero probó con la naturaleza, pintando árboles y hierba para atrapar las sombras que proyectaban, y después comenzó a experimentar con seres humanos. Quería ver qué sucede si se pintan sombras sobre las sombras de personas. Y así fue como descubrió que podía crear cuadros bidimensionales a partir de ellas. «Siempre me he sentido atraída por los espacios, las luces y las sombras», explica Alexa. «Los lienzos no me interesan».

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Broche de oro: las coloridas calles del Arts District son el complemento perfecto para el arte de Alexa Meade.

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El talento está en la calle: el Arts District de Los Ángeles se ha convertido en la meca de grafiteros y pintores de todo el mundo y, con ello, en el escenario ideal para las fotografías de Alexa.

El éxito

Hasta hace relativamente poco, a los padres de Alexa no les hacía mucha gracia que su hija se dedicara a un oficio que teóricamente no da para ganarse la vida. Pero ella quería saber qué significa ser artista a tiempo completo. Dotada de un buen olfato para los negocios, la joven comenzó a frecuentar eventos culturales y visitar galerías de arte. Una vez allí, se apuntaba el nombre de los artistas que más le interesaban, les enviaba e-mails, quedaba para tomar un café con ellos… y aprovechaba para bombardearles a preguntas.

Su primera oportunidad se remonta a octubre de 2009. En la Positron Gallery de Baltimore compuso una naturaleza muerta pintando a Julie, su hermana pequeña, en tonos color tierra. Lo que vino después fue un éxito totalmente inesperado. El influyente bloguero Jason Kottke publicó un breve post sobre «bodypainting» y un conocido de Alexa dejó un comentario animándole a echar un vistazo a la obra de Alexa Meade. A raíz de ello, y sin que Alexa supiera nada de ello, Kottke colgó una fotografía de la obra protagonizada por Julie. «Un par de horas más tarde tenía la bandeja de entrada abarrotada de e-mails, recibí llamadas de todo el mundo y Playboy Rusia me pidió que pintara mujeres desnudas», relata la joven.

Alexa no es la primera artista que usa el cuerpo humano como lienzo. Pero hay algo distinto en su técnica, algo que fascina. «A menudo el arte pasa por el intelecto, el observador tiene que hacer un esfuerzo racional», explica Ingo Seufert, su galerista en Múnich. «Pero emocionalmente en los últimos años a mí solo me ha conmovido el arte de Alexa Meade».

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Fuera del escenario: el objeto creado por Meade toma un refresco de mango en el café Tierra Mía.

Caras de asombro

Alexa ha realizado ya varias exposiciones en museos y galerías de renombre, como la National Portrait Gallery de Washing­ton D.C., la Saatchi Gallery de Londres o la Pinacothèque y el Musée Maillol de París. Por sus fotografías se pagan hoy sumas de cuatro dígitos, a veces incluso más.

Alexa recaló en Los Ángeles hace tres años para colaborar con la actriz y performance artist Sheila Vand. Sin embargo, desde que la carrera de Vand despegó, ya no realizan proyectos juntas. Aún así, Alexa decidió quedarse en la ciudad. «Me inspira la increíble luz del sur de California. Además, aquí he encontrado un círculo de gente con quien me identifico, todo el mundo viene a Los Ángeles persiguiendo un sueño», cuenta. Y esos sueños, puntualiza, no tienen nada que ver con trajes, oficinas ni política.

De regreso de las colinas de Echo Park hacia el centro de Los Ángeles me doy cuenta de que un modelo olvida completamente el efecto que provoca la costra de pintura seca sobre su piel. Uno olvida que es un objeto. Y solo cuando el coche en el que viajo se detiene en un cruce veo mi bidimensionalidad reflejada en las expresiones de asombro de los conductores y peatones, desconcertados por la interpretación pictórica que Alexa ha hecho de mí. Pero es que así tiene que ser el arte. Porque tiene que desconcertarnos, despertarnos para poder reconocer lo que realmente vemos. El arte como puerta a una nueva perspectiva.

Texto Helene Laube
Fotografía Theodor Barth