Porsche - Luz en la oscuridad

Luz en la oscuridad

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La espléndida iluminación y la superficie antideslizante de la carretera conforman las condiciones idóneas para que el Cayenne pueda circular también por la noche.

En los confines de los Emiratos Árabes Unidos, en plena frontera con Omán, se halla una espectacular carretera de montaña que no lleva prácticamente a ninguna parte. Al volante de un Cayenne GTS, el trayecto se convierte en puro placer de conducir.

Siento debilidad por esas rectas que se prologan hacia el infinito y permiten tomar carrerilla, sobre todo si desembocan en una curva en el horizonte. Una curva bien larga, por supuesto, para que puedan lucirse los asientos deportivos; con buena visibilidad también, para poder trazar la línea generosamente y sin necesidad de corregir después con el volante; y con una amplia escapatoria, para poder despachar con la debida elegancia posibles eventualidades como la pérdida de adherencia de los neumáticos o la falta de talento. Sé que en esto estoy en sintonía con diversos modelos de Porsche, que también saben apreciar largos tramos de carretera. Aceite, agua y neumáticos pueden alcanzar la temperatura correspondiente, mientras que, por su parte, los frenos, recién desvelados, aún fríos, desatan un moderado manojo de nervios en el estómago.

En los alrededores de Dubái, la topografía del paisaje se desvela como una de las manifestaciones más bellas de todo el Oriente. El único tramo de acceso realmente largo de la región comienza a nivel del mar, en la costa, en pleno oasis de rascacielos cual mástiles osados, esbeltos, altos y habitados y se extiende a lo largo de unos 165 kilómetros en línea recta hacia el sur. Allí, en la frontera entre los Emiratos Árabes Unidos y el Sultanato de Omán, sorprende en medio de la arena una montaña. Se llama Jebel Hafeet, mide 26 kilómetros de largo y casi cinco de ancho, y es una extraña formación de roca clara que con la luz del ocaso se torna marmórea y rosácea y se eleva unos nada desdeñables 1.350 metros sobre el nivel del mar.

Para este tipo de viajes al desierto árabe, Porsche Middle East & Africa, la oficina regional de Oriente Medio, África e India, tiene preparado el caballo de batalla entre los gráciles deportivos: un Cayenne GTS rojo carmín con ruedas de 20 pulgadas y un motor V6 biturbo con una potencia de 324 kW (440 CV). En general, todos los Cayenne están concebidos técnicamente para poder llegar a cualquier destino de Dubái y alrededores tanto dentro como fuera de la pista. Para conseguirlo, durante la fase de prototipos se llevan a cabo pruebas con vehículos camuflados campo a través por las pronunciadas dunas de los Emiratos Árabes. Con menos presión en los neumáticos, los coches cabalgan a toda velocidad por la arena. Los conductores de pruebas y los ingenieros de desarrollo pisan a fondo el acelerador de la próxima generación de SUVs duna arriba, se lanzan a toda mecha duna abajo y dibujan en la arena intrépidas curvas en una profunda alfombra de arena finísima.

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Dos carriles de ascenso: en la práctica, la velocidad límite la puede decidir uno mismo.

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Al atardecer se extiende sobre la montaña una capa de romanticismo que gracias al calor se conserva hasta por la noche.

Pero en la ciudad de Dubái, el Cayenne GTS se debe primero a sus obligaciones sociales. A decir verdad, en las fastuosas avenidas de al menos cuatro carriles por sentido y abundante iluminación no es que las cualidades offroad hagan precisamente falta. En este mundo de pompa y ostentación, lo que más bien cuenta es el porte distinguido. Circulando junto a los habituales vehículos de lujo del emirato, el Cayenne GTS acentúa su carácter deportivo casi sin despeinarse. Porque aquí, en este oasis de luces deslumbrantes y riqueza despampanante, el GTS puede ser todo lo que se necesita ser: tanto un SUV con excelentes propiedades todoterreno y, por tanto, apto para el desierto gracias a la debida altura libre al suelo, como un deportivo con una potencia espectacular, un par monumental y exquisiteces como asientos deportivos, volante deportivo y cinco esferas en el salpicadero. En el GTS el interior consta de acabados Alcántara y costuras a juego con color del coche, esto es, rojo carmín.

Dubái crece en todas las direcciones: mediante islas artificiales en el golfo Arábigo y, a lo alto, ganando terreno al cielo, con rascacielos como el Burj Khalifa, de casi 830 metros de altura. Y, en medio, van surgiendo nuevos distritos, incluyendo parques de negocios y, con ello, más y más autopistas urbanas de seis, ocho o diez carriles, más vías de acceso y salidas y los correspondientes cruces de dimensiones colosales. Incluso quienes conocen la ciudad pueden perderse fácilmente. El Cayenne GTS, por el contrario, gracias a su excelente sistema de navegación se pasea, o mejor dicho se desliza relajadamente por las amplias avenidas en dirección a Jebel Hafeet.

A las afueras de Dubái da comienzo ese tramo de acceso infinito, una carretera de unos 160 kilómetros que cruza el desierto en línea recta hasta la ciudad-oasis de Al Ain. Una autopista de cuatro carriles, ni una sola curva y límite de velocidad controlado por radares fijos. En resumen: desafío de nivel cero para el Cayenne. Aburrimiento puro y duro… si no fuera, claro está, por esas maravillosas vistas del desierto. Arena, piedras, polvo, a veces incluso escarpadas formaciones rocosas, pero gran diversidad y vida. Una escuela de paracaidismo justo al lado de la autopista, el amplio óvalo de un circuito para carreras de camellos, edificios industriales, una cantera, pueblecitos, calor, y música por los altavoces.

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Un carril de bajada: los quitamiedos de hormigón protegen más las rocas que los vehículos.

Al Ain es llana y extensa. Sus poco más de 600.000 habitantes se reparten una superficie similar a la de París. Las calles constan como mínimo de tres carriles y las rotondas se asemejan a pequeños circuitos de carreras. Si no hubiera límite de velocidad ni semáforos no habría que levantar nunca el pie del acelerador. A continuación, de nuevo largas rectas unidas por los circuitos ovalados, cada vez más rocas en el horizonte y, al final, al fondo, prados de color verde intenso. Se trata de Green Mubazzarah, un conjunto de fuentes termales en pleno desierto con lago incluido y verdes alfombras de hierba que recuerdan sospechosamente a un campo de golf.

Y ahí es donde comienza la Jebel Hafeet, la carretera de montaña con vistas impresionantes que venimos buscando. El suave verdor de los prados contrasta con las caprichosas formaciones de roca, piedras y polvo. Y allí en medio, como trazada con una regla, la carretera: dos carriles montaña arriba, un carril montaña abajo y límite de velocidad. Comienza totalmente inofensiva con una suave subida. Después, de repente, van apareciendo las paredes de roca detrás de los quitamiedos y las curvas se van volviendo cada vez más cerradas. La carretera que asciende a la Jebel Hafeet mide 11,7 kilómetros de longitud y tiene una pendiente media del 8% y más de 60 curvas (la media aritmética es de una cada 195 metros). Fue construida por una empresa alemana en los años 80. Bueno, quizá sea más apropiado decir que primero se reventó la roca y luego se trazó la línea de la carretera con tanta precisión y meticulosidad como si se tratara de diseñar la carretera de montaña definitiva. Sea como fuere, el tramo de calentamiento ha merecido la pena, porque el Cayenne toma la primera curva con soltura y agilidad y no pierde ni un ápice de ímpetu a medida que asciende.

Esto hay que agradecérselo a partes iguales al monumental par motor de 600 metros Newton y a la carretera. Jebel Hafeet no es una versión moderna y asfaltada de una antiquísima ruta de camellos hacia Omán o de un sendero beduino montaña arriba, sino simple y llanamente una carretera con unas vistas espectaculares construida con una minuciosidad impresionante. Un trazado ideal supone, básicamente, que no hay ningún cambio brusco de desnivel, siendo el ascenso y el descenso homogéneos y, lo que es aún más importante, que no hay ninguna variación en el radio de las curvas. Y es que las curvas de Jebel Hafeet están espléndidamente retorcidas y cuentan con un asfaltado medido al milímetro que discurre por este peñasco a la vera de un desierto que no resulta inhóspito. El trazado geométrico de todas las curvas hace que no haya que corregir con el volante. Una vez girado, el Cayenne GTS mantiene el ángulo hasta salir de la curva, siempre y cuando, claro está, se pise el acelerador a presión constante.

Así, de las mismas entrañas del desierto y abriéndose paso entre las escarpadas rocas, se va creando un ritmo homogéneo y suave. Para ello, el Cayenne GTS cuenta con tres opciones: Comfort para toda la familia, el algo más rígido modo Sport y, finalmente, el Sport Plus o programa «Walter Röhrl» para la montaña. La carretera corona la cumbre y desemboca en un amplio aparcamiento donde en los puntos con las mejores vistas hay miradores con sitio para aparcar. Según los paneles de información, la fauna de la zona es rica y variada. Desde murciélagos hasta serpientes, hay ejemplares de todas las especies de la península Arábiga, ocultas, eso sí, en un extenso sistema de cuevas naturales situado bajo la calzada.

La carretera encarna una filosofía sencilla: la meta es el camino. Quien ascienda a la montaña se verá recompensado con unas vistas espectaculares: al sur Omán, o el desierto omaní, sin carreteras ni asentamientos humanos; al norte, en dirección a Dubái, primero la llana ciudad-oasis de Al Ain. Si el cielo fuera tan nítido como el de los Alpes, en el horizonte se podría distinguir la esbelta figura del Burj Khalifa apuntando al cielo. Pero lo cierto es que el vibrante calor emborrona el aire.

Vista desde arriba, con su asfalto negro azabache, la carretera recuerda a un scalextric. Sin curvas ciegas y con una superficie siempre igual de lisa, la Jebel Hafeet podría ser la madre de todas las carreteras de montaña, no tan alta como la Pikes Peak de Colorado, y sin tantas curvas como la Grossglockner de los Alpes austriacos, pero siempre constante.

Y luego también está el tráfico. Entre semana, la carretera se encuentra prácticamente desierta. Los escasos lugareños se ciñen escrupulosamente al límite de velocidad, ascienden con moderación y descienden con humildad. La carretera está flanqueada por quitamiedos de hormigón que llegan hasta la rodilla delante de las paredes de roca. Dos carriles para subir, ni un arañazo; uno para bajar: ay, ay, ay… las numerosas manchas negras dan buena cuenta de contactos intensos entre los vehículos y el muro de hormigón, a menudo incluso a lo largo de curvas enteras. Y en la parte baja del tramo, un camión yace efectivamente en una pendiente. Es una estampa tan pintoresca que parece que fuera una escultura de acero emplazada sobre la roca.

Es al caer el sol cuando Jebel Hafeet revela su verdadera vocación. Cuando más allá de las farolas todo es oscuridad y tinieblas es cuando se intensifica el tráfico. SUVs, berlinas y motocicletas abarrotan los aparcamientos y sus pasajeros erigen pequeños caravasares por encima del desierto con alfombras y radiocasetes. Comienza a soplar el viento, caen las temperaturas desde más de 40 °C hasta 30 °C, los niños juguetean alborozados y el ruido de motores se cierne sobre algunas curvas. Abajo, la civilización resplandece con las luces de Al Ain.

Texto Eckhard Eybl
Fotografía Victor Jon Goico

¿Qué hacer en la Jebel Hafeet?

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El Cayenne GTS posee todos los genes necesarios para reivindicarse con la misma legitimidad como SUV que como deportivo. Este viaje nocturno por la Jebel Hafeet en los Emiratos Árabes Unidos pone a prueba todos sus talentos… y los del conductor. Jebel Hafeet, United Arab Emirates, Aerial view, © Google Inc.

Disfrutarla

La carretera llega más alto que el rascacielos Burj Khalifa y permite disfrutar de unas vistas espectaculares del desierto.

Evitar ir en verano

Durante los meses de verano, las temperaturas alcanzan los 50 ºC por el día, por lo que para ir a los Emiratos Árabes Unidos es recomendable elegir otra estación del año. Dubái ofrece a los turistas una infraestructura de calidad y mucho entretenimiento.

Cruzar el desierto en un Cayenne

Con su gran variedad de dunas de arena y formaciones rocosas, el desierto se puede vivir intensamente y muy de cerca en un SUV. A la sombra de la superdesarrollada metrópolis de Dubái, los campamentos enclavados en pleno desierto conservan todo el esplendor del antiguo Oriente. En la montaña de Jebel Hafeet se hallan dos grandes edificios: el palacio de un jeque árabe y su familia, y un hotel Mercure, ambos con unas vistas impresionantes.

De lujo en Dubái

Si se desea subir a lo alto del edificio más alto del mundo, el Burj Khalifa de Dubái, y disfrutar de unas vistas sensacionales, se recomienda reservar las entradas con antelación. En el centro comercial Dubai Mall, visible desde el Burj Khalifa, además de todas las marcas de lujo del mundo, hay un acuario enorme en el que también nadan incansables un puñado de tiburones.