Porsche - Nos vemos en verano
Nos vemos en verano
 

Nos vemos en verano

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En los Hamptons, hibernar tiene mucho sentido. El Macan solo hace ver que duerme.

El Macan Turbo se divierte con el agua, el viento y la tierra. Y es que en invierno, en medio de sus carreteras desiertas, sus playas vacías y las impresiones insólitas, la zona de los Hamptons se transforma en un lugar muy especial.

La sal yace cual escarcha sobre las ramas de los árboles. ¿O es acaso la escarcha la que emula a la sal? Llevo ya un rato reflexionando sobre ello mientras avanzo por la Route 27. A mi derecha, el Atlántico; a mi izquierda, la marisma; delante de mí, la carretera. En esta lengua de tierra llamada Long Island, los distintos tonos del paisaje se diferencian solo en los matices. El gris ágata metalizado del Macan Turbo se antoja casi chillón.

Temporada baja para el alma.

El anunciado temporal ya está azotando la península y el asistente de control del rumbo se enfrenta al viento oponiendo una resistencia suave pero constante. Ha refrescado mucho durante el fin de semana... ¿es escarcha o es sal? El famoso jardín de Nueva York, conocido como «los Hamptons», irradia una magia especial ahora que está ausente toda esa gente guapa y rica que lo abarrota en verano. Ardillas, zorros, ciervos y conejos de cola de algodón recuperan para sí la playa y los campos y salen de sus guaridas atraídos por la misma razón que el conductor de este Macan.

La promesa de sus calles desiertas, la bendición de sus playas vacías, el torrente de impresiones insólitas...

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A pesar de estar fuera del agua, los yates no pueden escapar por completo a la sal, pues en la costa del Atlántico ésta empapa el aire.

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La salida en coche a la playa es un viaje de intropección que deja una profunda huella.

El manto blanco que cubre los árboles, azotados por el temporal de nieve, hiela sus ramas. Las casas, deshabitadas, parecen agazaparse para buscar cobijo. Comenzamos a ascender por una duna. En su búsqueda de la belleza, el fotógrafo Richard Phibbs, fascinado a partes iguales por las grandezas de este mundo y sus extraordinarios paisajes, nos regala estas palabras: «La playa me permite cerrar los ojos... y volver a ver». Los sistemas orientados a la conducción todoterreno como el PASM, PTV Plus o PSM toman con ímpetu la leve subida a la duna para que los faros de cuatro puntos del Macan puedan comprobar con sus propios focos si la tesis del fotógrafo es cierta. ¿Y cuál es la conclusión? Pues sí, llevaba razón: el océano, atronador, es una fuente eterna de inspiración.

Un road movie solo con lo elemental: viento, agua y carretera.

Si se me permite tomar prestada una expresión del lenguaje multimedia de Manhattan, a solo dos horas y media de aquí en Porsche, definiría este viaje como «recharging». No en vano es precisamente para eso, para cargar las pilas, para lo que acuden aquí propietarios famosos como Jennifer Lopez, Billy Joel, Martha Stewart, Steven Spielberg, Donna Karan, Paul McCartney, Alec Baldwin, Robert de Niro, Ralph Lauren o P. Diddy. En los 16 fines de semana que median desde finales de primavera hasta principios de otoño, en la zona reina un ajetreo intenso. Después, la naturaleza vuelve a ser la gran estrella. Adiós a la agitación y a las aglomeraciones. Todo pasa a ser cuestión de la temperatura adecuada y la velocidad idónea. Admirarse del paisaje en lugar de atascarse en el tráfico.

El souldriving es una de las formas más elegantes de conducir un Porsche.

Y así, el deseo de libertad se ve más y mejor recompensado en invierno, a solas con uno mismo, el coche, la carretera y la naturaleza. Habrá pocos conductores de Porsche que no hayan experimentado en su propia carne ese deseo, y la mayoría ya lo ha visto hacerse realidad. Para todos ellos, el relato de mi viaje a través del temporal será simplemente un recuerdo de algo ya vivido, mientras que para todos los demás será una invitación. Una invitación a encontrarse a sí mismos, acaso también a reinventarse un poco.

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Los habitantes de la zona se refieren a la mayor elevación de Montauk simplemente como «The End». Detrás del faro solo hay océano.

Conducir es, mucho más que recorrer distancias, la calma que precede a la tempestad.

Estirar brevemente las piernas en la playa, cerrar hasta arriba la cremallera del anorak, resistir las embestidas del viento... Con su imponente autoridad, los elementos naturales no pueden sino despertar una gran sensación de humildad. De vuelta al Macan, al pisar el pedal se oye un crujido. Que no cunda el pánico: es así. El sonido se repetirá un par de veces más en la subida desde Southampton a Montauk. Tras cada subida, la mente va evadiéndose y empapándose de nuevas impresiones, primero lentamente, después cada vez más aprisa.

La estampa al final del camino es de una belleza sublime.

El viaje nos lleva hasta el faro de Montauk, tras las huellas de Max Frisch. Pero se trata más bien de un viaje introspectivo. El asistente interno de control del rumbo deja margen a la interpretación: ¿Mejor buscar o mantener el rumbo? Probablemente ambas cosas. Gracias a su ubicación geográfica, en medio del Atlántico pero relativamente cerca de Nueva York, Montauk y su acantilado «The End» están rodeados de un gran misticismo. Pero que no se asusten los más terrenales: solo hay que dejarse llevar. En su narración «Montauk», Max Frisch tampoco se ciñó a la cronología, sino que sucumbió al torrente de pensamientos, recuerdos y reflexiones sobre el entorno. Respirar hondo. Repostar energía.

Dar rienda suelta a la verdadera naturaleza interior.

En la librería de la calle principal de East Hampton, la «Biblia del ascenso social» ha sido relegada a un segundo plano, mientras que «El arte del silencio» ocupa un lugar de honor junto a la caja. La tienda de chanclas de la esquina luce un escaparate vacío, y el cartel de «Always open» ha sido sustituido por una declaración de intenciones prometedora y optimista: «¡Nos vemos en verano!». Menos mal que en el Sylvester General Store de Sag Harbor el café no solo humea en el cartel. El columpio del jardín trasero, con vistas al estrecho de Block Island Sound, está a merced del viento. Todo esto suena a viaje sentimental. De hecho, en cierto modo lo es. ¿Pero y por qué no? Eso sí, rebosa de todo menos tristeza. Es más bien revitalizante. Ahora mismo, a los amantes de la naturaleza, el color gris plomo del cielo probablemente se les antoje resplandeciente. Dicho con menos grandilocuencia: el cielo tiene una luz especial. Dentro de un rato, durante las primeras horas de la tarde, incluso se tornará de un intenso azul invernal.

Si existe algo parecido al zen de la conducción, seguro que no dista mucho de lo que están viviendo el Macan y sus pasajeros.

El escritor decimonónico Henry David Thoreau, que dejó la docencia para irse a vivir a los bosques y hoy en día es todo un referente para aquellos urbanitas defensores de la vuelta a la naturaleza, decía que «el mundo no es sino un lienzo para nuestra imaginación». Pues bien, hoy, en el mundo moderno de los deportivos, es la luna delantera la que hace las veces de lienzo.

¿Salvaje o romántico? ¿Y por qué no las dos cosas? El futuro está en el término medio.

Texto Elmar Brümmer
Fotografía Steffen Jahn

¿Qué hacer en los Hamptons?

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Montauk, New York, Aerial view, © Google Inc.

Quedarse varado en la playa

Long Island es una isla pegada a Nueva York que se extiende hacia el nordeste de la city. Las localidades principales de los Hamptons son Bridgehampton, Southampton y East Hampton.

Dormir

En Gurney’s Montauk Resort se vanaglorian de sus 80 años derrochando hospitalidad. Más cerca del océano que aquí solo se podría estar en un castillo de arena. Se puede elegir entre cabañas de madera o un elegante edificio de nueva construcción. www.gurneysmontauk.com

Contemplar

El ondulado paisaje de la reserva natural frente al faro de Montauk Point que mandó construir George Washington en 1792 es un entretenido tramo con vistas a puertos, el océano y las marismas.

Conducir

Tras los setos no tiene porqué haber secretos, pero seguro que ahí hay una gran riqueza. Lily Pond Lane, en East Hampton, es uno de los destinos que hay que visitar. La zona privada es naturalmente de uso restringido, pero ya conduciendo por la carretera principal queda claro por qué atrae a tanta gente acaudalada. Madonna, sin ir más lejos, tiene una granja de caballos en Bridgehampton.